La privacidad es colectiva, como el medioambiente. Si no cuidas tus datos, otros sufren las consecuencias

Imagine que tuviera una clave maestra para todo. Una contraseña que da acceso a la puerta de su casa, a su habitación, su diario, su teléfono, su ordenador, su coche, su cuenta corriente, su historial médico. ¿Iría haciendo copias de esa clave y dándolas a extraños? Probablemente no. Entonces, ¿por qué cede sus datos personales a prácticamente cualquiera que se los pida?”. Este extracto de Privacy is Power (Bantam Press), el primer libro de la filósofa hispanomexicana Carissa Véliz, nos sitúa en un tema que le obsesiona: el capitalismo de vigilancia se fundamenta en una inadmisible intromisión en nuestra privacidad. A la intersección entre privacidad y tecnología ha dedicado Véliz su tesis y su carrera investigadora, que actualmente compagina con la docencia en la Universidad de Oxford.


La economía de datos se ha desplegado ante nuestras narices durante la última década, argumenta, y nos dimos cuenta tarde de la gravedad de sus consecuencias. Por eso, concluye Véliz, la única respuesta posible es acabar con el modelo. Hay que regular de una vez el uso de los datos y prohibir que se pueda comerciar con ellos.

Su receta supone una carga de profundidad para las big tech.

Si hay gente que cree que es demasiado radical decir que tenemos que acabar con la economía de datos es porque estamos hablando desde un statu quo que es absolutamente absurdo y ridículo. Lo extremo y radical es que sea válido tener un modelo de negocio que se base en violar derechos sistemáticamente y de manera masiva. Eso sí que es una locura.

En las últimas semanas hemos sabido que Washington denunciará a Google por posición dominante y Bruselas a Amazon por usar datos de terceros para competir contra ellos. ¿Le parece un primer paso en esa dirección?

Veremos. Puede ser una oportunidad increíble o solo un show. Pero definitivamente muestra que el momento en el que las tecnológicas se van a regular está cerca.

La filósofa Carissa Véliz.

Eso no será fácil.

Si repasamos la historia veremos que hemos podido regular cualquier otra industria: los ferrocarriles, la banca, la energía, los automóviles, la alimentación… En su momento, el poder de Rockefeller fue brutal. Es posible que la estrategia más factible sea asegurarnos de que las grandes tecnológicas dejen de ser monopolios y después regular los detalles de la privacidad.

Dice en el libro que Google y Facebook no venden nuestros datos, sino el poder para influir en nuestras vidas.

Sí, ¿qué derecho tienen? La autonomía ha sido un principio fundamental para las sociedades occidentales, en particular europeas, desde hace siglos. Es el fundamento de nuestra ética. Y es absurdo que haya un sistema de negocios que se base en la idea de manipular esa autonomía, de socavarla.

La economía de datos se basa en un modelo de negocio poco ético, sin ningún límite y que hemos dejado que prolifere a su gusto, sin consecuencias"

¿Cómo convencería a quienes dicen que no tienen nada que esconder de que se equivocan?

Escribí el libro pensando en ellos. Una manera es decirle a quien piense así: si no tienes nada que temer, dame la contraseña de tu correo. Hasta la fecha nadie me la ha dado porque no confían en mí, lo cual es razonable. ¿Pero confían en Google, que lee todos los emails de Gmail? ¿O en Zuckerberg? Todos tenemos vulnerabilidades.

Vamos a suponer que tienes salud: ¿estás seguro de ello? Porque este algoritmo que está en tu teléfono y que analiza cómo mueves el dedo a través de tus contactos dice que tienes comienzos de Parkinson o de depresión. Y puede que lo sepa antes de que te lo diga un médico. Y quizás esa información sea relevante para que te contraten o no en un futuro. ¿Seguro que no tienes nada que esconder? Por otra parte, protegiéndote a ti proteges a otros, especialmente los que son padres. Una vez que compartes algo, ya no lo controlas.

Una de las ideas más llamativas de su libro es precisamente que la privacidad es algo colectivo, no individual.

Las tecnológicas tienen gran interés en que la gente crea que la privacidad es algo personal, en que hay quien decide compartir sus datos igual que hay quien prefiere el chocolate a la vainilla. En realidad hay un aspecto colectivo en la privacidad que nuestros ancestros entendían mejor, de ahí que la incluyeran entre los Derechos Humanos tras la Segunda Guerra Mundial. La privacidad es colectiva por lo menos en dos sentidos. Por una parte, nuestros datos suelen contener datos sobre otras personas. Si me hago un test genético estoy revelando el ADN de mis familiares presentes y futuros. Si comparto datos sobre mi localización también los estoy dando sobre quienes viven o trabajan conmigo. Si doy información sobre mi psicología estoy dando información sobre gente que ni siquiera conozco y que comparte mi perfil.

Por otra parte, todos sufrimos los efectos de la falta de privacidad. Pasa como con la contaminación: puedes ser muy cuidadoso con la gestión de tus datos, que si tu entorno no lo es, vas a sufrir las consecuencias. Ha habido casos de ciberdelincuentes muy rigurosos a los que se pilló porque sus amigos compartieron fotos de ellos en Facebook. El escándalo de Facebook y Cambridge Analytica fue paradigmático: solo 270.000 personas dieron sus datos, con consentimiento entre comillas, y a partir de ellos se llegó a obtener los de 87 millones, que se usaron para construir una herramienta que predijera qué votarían individuos con características psicologicas similares.

Es tan difícil guardar de forma segura los datos y tan fácil usarlos mal que es muy ingenuo pensar que toda esa información siempre se usará para el bien"

Dice que la propia democracia está amenazada por la falta de privacidad.

Por una parte se está influyendo en cómo se sienten los votantes. En la campaña de las presidenciales de 2016, los estrategas de Trump identificaron a 3,5 millones de ciudadanos negros que podían ser convencidos de no votar. Ya solo intentar que alguien no vote debería ser totalmente ilegal. Facebook y Twitter han tratado de implementar ciertas políticas de control, pero siguen siendo unilaterales: nadie les dice qué tienen que hacer. Es evidente que, en la era digital, democracias que parecían muy bien asentadas ya no pueden garantizar al 100% que haya elecciones seguras, legítimas y justas.

Por otra parte, la democracia está basada en la idea de que todas las personas somos iguales, de que tenemos los mismos derechos, de que todos tenemos un voto. Pero si la sociedad no nos trata como iguales, si no nos muestra las mismas oportunidades, si nos cobra de forma distinta por un mismo servicio, si se nos trata en función del valor de nuestros datos, se está erosionando el tejido social en un momento en el que hay mucha desconfianza y polarización de discursos.

¿Los data brokers (empresas que recopilan y venden datos) amenazan la democracia?

Es una locura que existan. Desde el punto de vista moral, político y de la justicia es un sinsentido absoluto. Hay casos documentados en los que abusadores consiguen los datos de sus exparejas comprándoselos a data brokers, o de un grupo de ciberdelincuentes que compró el número de tarjeta de crédito de miles de personas. El último escándalo en Inglaterra es que datos recolectados por los bares y pubs sobre quién pasa por los establecimientos, que se suponía que solo eran para combatir el coronavirus, se están vendiendo. Ese es un síntoma más de que estamos instalados en un modelo de negocio poco ético, sin ningún límite y que hemos dejado que prolifere a su gusto, sin consecuencias.

Filosofía y privacidad

Carissa Véliz rechaza educadamente decir en qué ciudad y año nació (“¿Es absolutamente necesario ponerlo? No doy esa información en ningún lado”). Sí concede que es mitad española, mitad mexicana. Su libro Privacy is Power. Why and How you Should Take Back Control of your Data (Bantam Press) ha tenido buena acogida. Su edición en español se espera para 2021. Véliz es profesora de Ética, Filosofía Moral y Filosofía de la Mente en la Universidad de Oxford. Estudió Filosofía en la Universidad de Salamanca, terminó la carrera en la Universidad de Toronto y cursó un máster de Filosofía en la Universidad de Nueva York. Se doctoró en Oxford, donde también realizó una investigación postdoc relacionada con la privacidad.

En la era digital, la información se almacena por defecto. ¿Cómo gestionar la privacidad en un mundo en el que todo queda registrado?

Almacenar todos los datos y guardarlos hasta el fin de los tiempos es una negligencia absoluta. El olvido ha tenido una función fundamental a lo largo de la historia. Si recordaras todo sería imposible tener una relación fresca con el presente, siempre estarías cargando con el pasado. También ha sido importantísimo para el funcionamiento de las sociedades, entre otras cosas para que no sean tan impías. Antes el olvido tenía muchos más mecanismos. Por una parte, la memoria humana tiene límites. Por otra, era imposible guardarlo todo. Y los materiales en los que almacenábamos la información eran bastante frágiles. Ahora la situación ha cambiado. Es tan difícil guardar de forma segura los datos y tan fácil usarlos mal que es muy ingenuo pensar que toda esa información siempre se usará para el bien.

Sostiene que debería prohibirse la publicidad personalizada.

Quienes la defienden dicen: los usuarios solo ven los anuncios que les importa y las empresas afinan el tiro. ¿Pero cuál es el precio a pagar? Que a las mujeres no se les muestre anuncios de empleos bien pagados, que la democracia se esté erosionando porque se manda propaganda política personalizada que no podemos comentar entre nosotros porque vemos diferentes cosas… Si ese es el precio, no merece la pena.

Y tampoco está claro que sea beneficioso. Para hacer anuncios contextuales de zapatos no necesito saber cómo te llamas, si tienes hermanos, si padeces depresión, si eres gay o el partido que votas, sino que me digas qué tipo de calzado buscas. La evidencia muestra que los anuncios personalizados tienen un efecto, pero limitado. Más o menos añaden un 4% a las ventas, pero ese anuncio cuesta un 98% más de lo que costaría un anuncio de otro tipo. Así que parece que estamos perdiendo mucho a cambio de muy poco o nada.