¿Debería decidir un coche sin conductor quién vive y quién muere?

Los cerebros de la automovilística de Detroit, Tokio y Stuttgart ya saben prácticamente cómo fabricar vehículos sin conductor. Hasta los chicos de Google parecen haber resuelto el misterio. Ahora viene lo difícil: decidir si las máquinas deberían tener poder sobre quién sobrevive y quién muere en un accidente.
El sector promete un futuro brillante con vehículos autónomos que se moverán armónicamente como bancos de peces. No obstante, esto no se hará realidad hasta que los fabricantes de coches respondan a la clase de preguntas espinosas que ha explorado la ciencia ficción desde que Isaac Asimov escribiese su serie sobre robots el siglo pasado. Por ejemplo, ¿debería un vehículo autónomo sacrificar a su ocupante con un giro brusco que lo haga caer por un precipicio para evitar matar a los niños que llenan un autobús escolar?
Aquí los ejecutivos de la industria automovilística se encuentran en terreno desconocido, por lo cual han reclutado a especialistas en ética y a filósofos para que les ayuden a navegar por los matices que van del blanco al negro. Ford, General Motors, Audi, Renault y Toyota se han dirigido al Centro de Investigación en Automoción de la Universidad de Stanford, donde se están programando coches con el fin de que tomen decisiones éticas, y luego observar qué ocurre.