Un milagro llamado Pixar


En el 'Tratado del hombre', Descartes imaginaba el asiento del alma en la glándula pinealAllí reside el fantasma de lo que somos. Allí, como una diminuta réplica de nosotros, vive el genio que nos maneja. Allí, la sangre se transforma en los intangibles espíritus animales que, acto seguido, discurren por los nervios. Acababa de nacer la hasta cierto punto fatídica dualidad cartesiana entre el cuerpo y lo que no es tal. Acababa de nacer la conciencia moderna.
Pues bien, nada mejor que desempolvar al francés Renato para hablar de Pixar. Y no me pongan esa cara. 'Inside Out', de Pete Docter, es, por orden: a) la mejor película hasta la fecha de la factoría que revolucionó la animación; b) la más divertida radiografía de lo que puede pasar dentro de la cabeza de un niño momentos antes de que deje pasar nada (ya saben, la adolescencia) y c) el único tratado posible de fisiología cartesiana a fecha de hoy. ¿Cómo se quedan?
Por segunda vez, tras el milagro de 'Up' (del mismo director, por cierto), el festival de cine consagrado al cine de autor cedía un puesto de honor a algo tan supuestamente comercial e infectado de las miasmas del 'mainstream' como la animación. Y, de nuevo, Pete Docter demuestra que los límites de una pantalla no se encuentra donde acaba la tela blanca. Hay vida más allá y, sobre todo, por detrás. No es tanto animación de lo que hablamos, como del cine fantástico directamente heredero no de 'Blancanieves' (que también) sino del propio Méliès.
'Inside Out' es el proyecto más esperado y más veces anunciado del grupo de gente con asiento en San Francisco y dirigidos por John Lasseter. Sólo la idea de la película pone en alerta de lo que se pretende. Se trata de duplicar el mundo de un niño en un juego de espejos a un lado y el otro de la pantalla (y de la mente). Y por la pantalla (y la mente) entendemos el límite exacto de la retina. De lo un lado, lo que se ve (lo real); del otro, lo que se siente (lo imaginado), sería la distinción.
Digamos que de la misma manera que 'Toy Story' o 'Monster S.A.' jugaban a hacer convivir dos universos incomunicados (el de los juguetes y la realidad; el de la oscuridad y la luz), ahora la idea es duplicar ese mismo esquema entre cuerpo y la mente. Dentro, las pasiones (la alegría, la tristeza, la ira o el miedo) adquieren cada uno de ellos el rostro de un personaje; fuera, la niña protagonista sirve de reflejo de lo que "los espíritus animales", que diría Descartes, hacen de ella.
La excusa argumental son los problemas de adaptación de una niña que, con su familia, se traslada desde Minesota a, precisamente, San Francisco. Pero, como decimos, ése es sólo el punto de partida parauna exhibición de imaginación, inteligencia y humor pocas veces contemplado. Es así. Si se quiere, la intención es construir un universo nuevo donde antes no había nada. Y así, en un único trazo la abstracción adquiere la paleta de colores de la más gráfica e inocente (digámoslo así) de las propuestas.
Si se mira con atención, el universo Pixar siempre ha estado (por lo menos es sus mejores trabajos) trabajando en el mismo campo semántico. De alguna manera, su único argumento ha sido siempre el propio cine como espacio de representación. En sus manos, los mundos se duplican de la misma manera que lo hacen en la mirada infectada de cualquier espectador.
Cuando en un momento de 'Inside Out' los personajes se conviertan en conceptos hasta adquirir la imagen de una línea, hasta el mismo Kandinsky caería rendido. Cuando veamos a los sueños cobrar vida dentro de la cabeza de la protagonista, lo harán transformados en cine; cine dentro del cine que replica la mente como si fuera, en efecto, un cine. El propio Méliès no podría desear mejor laberinto.
El resultado es una película tan perfecta en su derroche de imaginación que, de nuevo, descubre límites nuevos al universo de la animación y, ya puestos, del cartesianismo. Háganse mirar la glándula pineal. Puede ser muy divertido.