Tres técnicas que cambiaron el mundo: IMPRENTA, TELESCOPIO Y RELOJ.



El papel de IMPRENTA, TELESCOPIO Y RELOJ en la Revolución Científica.

“En la Edad Media hay muchas pruebas que demuestran que estas dos actividades [ciencia y técnica] no estuvieron totalmente divorciadas en ningún período y que su asocia­ción se hizo más íntima a medida que pasaba el tiempo. Este interés práctico, activo, de las personas cultas puede ser una razón de por qué la Edad Media fue una época de innovación técnica, aunque la mayor parte de los progresos fueron realizados probablemente por artesanos analfabetos. Y, ciertamente, fue este interés de muchos científicos teóricos por los resultados prácticos lo que les animó a plantear preguntas concretas y precisas, a intentar conseguir res­puestas experimentando y, con la ayuda de la técnica, a confeccionar instrumentos de medida más exactos y aparatos especiales.”[1]. En el Renacimiento y en la Modernidad tal vinculación se hará sustancial. Del catálogo de técnicas importantes en estos momentos, las tres que hay que resaltar necesariamente son: la IMPRENTA, el RELOJ MECÁNICO y el TELESCOPIO. 
·IMPRENTA En 1440, en Maguncia, Juan Gutenberg inventó un método de impresión mucho más rápido que los existentes hasta entonces. Antes de Gutenberg existían toscos sistemas de imprenta, consistentes en grabar sobre madera (xilografía) todo el texto de una página. Estas planchas así grabadas sólo se podían utilizar para imprimir el texto que contenían y además, su duración era limitada. La nueva técnica de Gutenberg consistía en fundir en metal cada uno de los signos del abecedario, de modo que hubiera tantas letras (tipos) como fueran necesarias para elaborar conjuntamente, al menos, una página. Eran los llamados tipos móviles, cuya ventaja residía en que, una vez utilizados para una página, podían ser desmontados y reorganizados de nuevo para componer un texto distinto. A Gutenberg se le atribuye también el mérito de adoptar la "prensa de imprenta", con la que el proceso de impresión podía realizarse con más rapidez y eficacia. Con estos medios, los fabricantes de libros podían imprimir más ejemplares y en menos tiempo. El primer texto que se imprimió con esta nueva tecnología fue un resumen de la Biblia de 42 líneas, realizada en Maguncia por Gutenberg en 1445, fue la llamada Biblia de Gutenberg o de Maguncia. Los primeros textos impresos no tuvieron una gran repercusión entre la mayor parte de la población, pero poco a poco el nuevo sistema de confección de libros se hizo mucho más barato, permitiendo que la cultura dejara de ser patrimonio exclusivo de unos pocos (clero o clase dominante) que eran los que podían poseerlos. La aparición de la imprenta y, por lo tanto, de grandes cantidades de un mismo texto, significó, no sólo una mayor difusión de la cultura, sino también una nueva forma de recibirla. La transmisión de unos conocimientos a través de un libro se hace por medio de signos que hay que razonar, comprender y aceptar (la escritura u sus normas). Además ese proceso supone un examen crítico de lo leído y la posibilidad de recurrir a la información transmitida tantas veces como sea preciso. Estas peculiares condiciones no podían darse en una transmisión oral de la cultura en la que el maestro, el sacerdote o el jefe siempre, o casi siempre, adoptaban una postura dogmática que no solía permitir ni la discusión ni, por la inmediatez del discurso, la reflexión sobre los contenidos transmitidos. Según Postman, Lutero describe la imprenta como el mayor acto de gracia divina, mediante la cual avanza el Evangelio. Lutero entendió, pero Gutenberg no, que el libro produ­cido en masa, al situar la palabra de Dios en cada mesa de cocina, convertía a cada cristiano en su propio teólogo, en su propio papa. En la lucha entre la unidad y la diversidad de la creencia religiosa, la imprenta favoreció a la última. Lo que Lutero pasaba por alto era la total portabilidad de los libros im­presos. Aunque sus tesis estuvieran escritas en latín aca­démico, eran fácilmente transportadas a través de Alemania y otros países por impresores que, con la misma fa­cilidad, las hacían traducir a las lenguas vernáculas Por último, "Si nos detenemos en el hecho de que Vesalius, Brahe, Bacon, Galileo, Kepler, Harvey y Descartes nacieron todos en el siglo XVI, podemos empezar a captar la relación entre el desarrollo de la ciencia y de la imprenta, lo que es lo mismo que decir que la imprenta anunció el advenimiento de la ciencia, la divulgó, la fomentó y la codificó.... a principios del siglo XVII, la imprenta había dado lugar a un medio ambiente informa­tivo, completamente nuevo. La astronomía, la anatomía, la física eran completamente accesibles para alguien que supiera leer"[2] 
 · RELOJ MECÁNICO Antes del siglo XIII "las fiestas litúrgicas y el ciclo regular de las labores del campo son su calendario, los únicos puntos de referencia del año. No saben apreciar el transcurso del tiempo...Tanto el cálculo, como el cómputo de horas y realización de calendarios son asuntos que dejan en manos de los clérigos"[3]. Cuando surgió en la mecánica la rueda dentada apareció el primer reloj como artificio, y el primer reloj de bolsillo datará del siglo XVI. "El reloj tuvo su origen en los monasterios benedictinos de los siglos XII y XIII. Lo que estimuló su invención fue el proporcionar una regularidad más o menos precisa a las costumbres de los monasterios que requerían, entre otras cosas, siete periodos de oración durante el día. Las campanas del monasterio servían para, con sus toques, señalar las horas canónicas; el reloj mecánico era la tecnología que podía proporcionar precisión a estos rituales de devoción. Y, de hecho, así fue. Pero lo que los monjes no podían prever era que el reloj es un medio no sólo de marcar el paso de las horas, sino también de sincronizar y controlar las acciones de los hombres. Y así, hacia mediados del siglo XIV, el reloj había salido de los muros del monasterio y había llevado una nueva y precisa regularidad a la vida del trabajador y del mercader. El reloj mecánico- escribió Lewis Munford- hizo posible la idea de producción uniforme [LA IMPRENTA SEGÚN MACLUHAN], horas de trabajo regulares y un producto estandarizado. En resumen, sin el reloj, el capitalismo habría sido prácticamente imposible: es sobre todo para los burgueses de las ciudades, a diferencia de los feudales de los campos, para los que el tiempo es oro. Se diría que el tiempo cobra entonces un valor autónomo"[4] Las primeras máquinas hechas enteramente de metal fueron las armas de fuego y los relojes mecánicos, y éstos en particular son el prototipo de la moderna maquinaria automática en la que todas las piezas están cuidadosamente diseñadas para producir un resultado rigurosamente controlado. A la transformación sufrida a consecuencia del reloj se le da, a veces, una fecha concreta: 1370. "cuando el rey Carlos V de Francia ordenó a todos los ciudadanos de París que regularan su vida privada, comercial e industrial, según las campanas del reloj del Palacio Real, que sonaban cada sesenta minutos. A todas las iglesias de París, de manera similar,, se les pidió que regularan sus relojes, haciendo caso omiso de las horas canónicas. De esta manera, la Iglesia tuvo que dar prioridad a los intereses materiales...Éste es un claro ejemplo de una herramienta empleada para debilitar la autoridad de una institución básica de la vida medieval"[5] El reloj tuvo un importante papel en los procesos de burocratización de los estados. "Beniger ofrece como ejemplo originario de tal racionalización burocrática la decisión tomada en 1884 de organizar el tiempo, a escala mundial, en veinticuatro husos horarios. Antes de esta decisión, ciudades apenas alejadas dos o tres kilómetros podían, y de hecho lo hacían, diferir sobre qué hora del día era, lo que convertía el funcionamiento de los ferrocarriles y otros asuntos en algo innecesariamente complejo. Mediante el simple hecho de ignorar de que el tiempo solar varía en cada nodo de un sistema de transporte, la burocracia eliminó un problema de caos de información, para la satisfacción generalizada de la mayoría de la gente. Pero no de todo el mundo. Debe apuntarse que la idea del...debía, con el cambio, considerarse improcedente. El invento a finales del si­glo XIII del reloj mecánico, en el que las manecillas traducían el tiempo en unidades de espacio sobre la esfera, completó la sustitu­ción del tiempo «orgánico», progresivo, irreversible tal como era vivido, por el tiempo abstracto, matemático, de unidades sobre una escala, que pertenecía al mundo de la Ciencia[6] El descubrimiento de las leyes del péndulo por Galileo supusieron que el reloj se convirtiera en un auténtico instrumento de precisión”[7]
 · TELESCOPIO “Grande cosa es ciertamente, que a la inmensa multitud de las estrellas fijas que hasta hoy se podían contar con las facultades naturales, podamos añadir y manifestar al ojo humano otras innumerables, jamás vistas anteriormente, y que superan al número de las antiguas y conocidas en más de diez veces. Hermosísima cosa y admirablemente placentera es ver el cuerpo de la luna, alejado de nosotros casi en sesenta radios terrestres, tan vecino como si distara sólo dos de estas dimensiones, de modo que nos muestran el diámetro mismo de la luna casi treinta veces, su superficie novecientas y su volumen veintisiete mil veces mayores que si las miráramos a simple vista, y por ende, con la cer­tidumbre de la sensata experiencia, cualquiera puede comprender que la luna no está recubierta de una superficie lisa y liviana sino escabrosa y desigual, y, como la faz de la Tierra, llena de grandes protuberancias, profundas cavidades y plegamientos. ... Las cosas observadas hasta ahora en torno a la luna, a las estrellas fijas, a la Galaxia expusimos con brevedad. Réstanos ahora lo que creemos ser el argumento más importante de este tratado: es decir revelar y divulgar las noticias relativas a cuatro planetas, nunca vistos desde el comienzo del mundo hasta hoy, la ocasión de su descubrimiento y estudio, sus posiciones, y las ob­servaciones realizadas en estos dos últimos meses sobre sus mutaciones y giros, invitando a todos los astrónomos a estudiar y definir sus períodos, cosa que hasta hoy no nos fue dado hacer en modo alguno por escasez de tiempo. Pero les advertimos que para no entregarse en vano a este estudio, es necesario el teles­copio exactísimo del que hablamos al principio de este libro.”[8].
 El telescopio se inventó en Holanda, pero se discute el verdadero inventor. Normalmente, se le atribuye a Hans Lippershey, un fabricante de lentes holandés, sobre 1608. En 1609, el astrónomo italiano Galileo mostró el primer telescopio registrado. El astrónomo alemán Johannes Kepler descubrió el principio del telescopio astronómico construido con dos lentes convexas. El físico y matemático inglés Isaac Newton construyó el primer telescopio reflector en 1668. En este tipo de telescopio la luz reflejada por el espejo cóncavo tiene que llevarse a un punto de visión conveniente al lado del instrumento o debajo de él, de lo contrario el ocular y la cabeza del observador interceptan gran parte de los rayos incidentes[9]. En la primavera de 1609 llegan a Galileo las primeras noticias del instru­mento con el que «las cosas lejanas se ven como si estuvieran próximas». En julio del mismo año Galileo ha construido ya su propio telescopio . En marzo de 1610 publicó el «Sidereus Nuncius», donde se da cuenta de sus observaciones y descubrimientos. Galileo había dirigido su teles­copio a los cielos y había observado el aspecto terráqueo de la luna, las «innume­rables» estrellas de la Vía Láctea, las nebulosas, las fases de Venus y los satélites de Júpiter. Hoy cualquiera de nosotros puede ver todas estas cosas. ¿Cuál era el problema? ¿Cómo es posible que prácticamente todos los astrónomos renombra­dos en aquellos momentos, y otros intelectuales, negaran tales descubrimientos? En realidad, los problemas son varios. Las distintas teorías ópti­cas en aquellos momentos eran tan confusas e insuficientes que no podían ofrecer ninguna explicación del mecanismo de la visión y menos aún de un ojo al que se le había antepuesto una lente. Los fenómenos ópticos eran campo inacabable de pro­digios. Los espejos y las lentes hacían ver cosas que no eran donde no estaban. Eran elementos idóneos para propiciar y ejemplificar el engaño de la vista. Esta, sin lente ninguna, era el criterio para determinar lo que hay y cómo es, e incluso así era, a veces, objeto de engaño y tenía que ser ayudada por otros sentidos: ha­bía que tocarlo con las manos. Lo primero que, en realidad resulta llamativo, pues, en esta historia, si se cuenta desde atrás, que es el único modo correcto de contarla, es precisamente que al tener noticias del nuevo instrumento Galileo se interese, como científico, por él, y afirme que puede ser de gran utilidad. Galileo emprendió con devoción su labor puliendo él mismo las len­tes, y en sus repetidos ensayos alguno de sus telescopios resultó mucho mejor que los que vendían por las calles. Esto resultó importantísimo, pues en este proceso pronto se hizo claro para Galileo que no se trataba de la bondad o deficiencia de «el» telescopio, sino de que había telescopios buenos y telescopios malos; que a través del telescopio se ven cosas atribuibles a éste y otras a la reali­dad, y que su trabajo consistía en perfeccionar el telescopio hasta el punto de que lo que se veía fuera «sólo» lo real. Pero he aquí un punto importante de esta his­toria. No se trata sólo de que las observaciones pudieran resultar problemáticas por las posibles «deficiencias» del telescopio, que incluso en el de Galileo se da­ban, sino «también» de que, aún con un telescopio tan «bueno» como el de Gali­leo, o simplemente con un buen telescopio, podían darse «ilusiones positivas» por decirlo de algún modo brevemente, en los que observador pone algo de su parte, es decir achacable a él, en la observación. El estudio de Pisa se pronunció tam­bién en contra de los fenómenos observados que, según los profesores pisanos, no son sino engaños de la vista. Ninguno de estos críticos había mirado aún a través del telescopio de Galileo. El escepticismo y desinterés del mundo culto ante los instrumentos ópticos difícilmente podían ser eliminados con una mirada a través de un telescopio cuyo funcionamiento no podía explicarse, y que a pesar de ser mejor que los conocidos podía efectivamente ser medio de diferentes observaciones, especialmente cuando era usado por individuos con creencias y expectativas teóricas tan distintas como en el caso que nos ocupa. Otros antes que Galileo habían mirado al cielo con un telescopio y no vieron nada de interés. 
Pero Galileo si lo vio, y debemos pensar que fue, entre otras razones, porque era un copernicano y estaba, por tanto, preparado para ver. Galileo estaba haciendo algo más que presentar obser­vaciones nuevas. Estaba replanteando temas de base como la relación del sujeto con el mundo exterior, la validez de la información de los sentidos; estaba intro­duciendo una nueva concepción de la investigación que es lo mismo que decir una nueva filosofía. Y esto no afecta únicamente a las disputas sobre el telescopio en el campo de la astronomía, sino que imbuye toda su obra y está presente de igual modo en sus trabajos de física. 
Ante el problema de que los ojos nos engañan como en el caso del bastón metido en el agua Galileo considera que ”El ojo no se engaña al recibir la figura (specie) del bastón cuya mitad está en el agua, como rota, porque no menos verdadera y realmente viene del agua toda y desviada que recta del aire; sino que el engaño está en el razonamiento que no sabe que las figuras que se ven en distintas transparencias se refractan”. Lo importante de la respuesta de Galileo es la tesis epistemológica que formula. En su réplica se establece una conexión clara en­tre hechos y teorías, que hoy formulamos diciendo que no hay hechos sino para teorías. Sin duda Galileo no es plenamente consciente de las implicaciones episte­mológicas de su respuesta, y no podemos pretender modernizarle[10].